No hay que llorar sobre la leche derramada. Hay que luchar para que no se derrame Daríos Arenas.

Publicado en por Organización Colombiana de Estudiantes - OCE

No hay que llorar sobre la leche derramada. Hay que luchar para que no se derrame

 

Darío Arenas. Miembro de la Organización Colombiana de Estudiantes OCE. Manizales,

 

12 de mayo de 2010.

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Dentro de unas asimetrías colosales y enmarcado en unas profundas similitudes conceptuales, el Tratado de Libre Comercio entre el gobierno de Colombia y la Unión Europea está a punto de ser firmado por ambas partes.

En las negociaciones quedó claro que hubo dos posiciones en el proceso: la de mandamás y la de sirviente. Se infiere también que la característica principal fue la falta de polémicas o disensos reales y resalta que lo único que no hizo parte de la agenda del gobierno fue la defensa de los intereses nacionales, entre ellos la defensa del agro y el sector lechero. Según Andrés Moncada, secretario técnico de Fedegan y quien estuvo presente en la ronda de Bruselas como representante del sector lácteo, “desde el principio no hubo transparencia en la negociación” y “no se nos dio nunca información en las diferentes etapas del proceso”, dejando entrever que durante la larga ronda de negociaciones, lo que se presenció fue un escenario de estricto acatamiento de órdenes, de desinformación y de falta de claridad con los sectores que representaron al agro y la industria láctea colombiana en Bélgica. Pero para ver por qué el entusiasmo de unos y el acatamiento de otros en la firma de estos tratados, hay que remontarse 20 años atrás, a la época en que empezó a aplicarse el neoliberalismo en nuestra región y en el mundo.

 

La historia de los TLC es la vieja historia de la apertura económica que empezó en nuestro país bajo el gobierno de Cesar Gaviria. Es el cuento trasnochado que rezaba que abriendo los mercados íbamos a competir de igual a igual con los países desarrollados y a invadir el mundo con nuestros productos generando progreso y desarrollo; la fábula en la que íbamos a ser la despensa del mundo, no fortaleciendo y defendiendo nuestro mercado interno para después exportar los alimentos sobrantes, sino abriendo nuestras fronteras a cualquier suerte de productos extranjeros. La realidad después dos décadas de la juiciosa implementación del modelo neoliberal ha probado ser otra. Desde el año 90 la importación de productos ha aumentado de manera progresiva y desmedida. En 1990 se importaban 700 mil toneladas de alimentos al país, esa cifra llegó a los 6 millones en 2006 y este año terminarán siendo más de 10 millones de toneladas de alimentos extranjeros las que entrarán a Colombia. La invasión de productos efectivamente ocurrió, pero a la inversa.

No es de extrañar el afán y la insistencia de los países desarrollados en firmar estos tratados. La única razón por la que se promueven con tanta ferocidad es para que estos países puedan deshacerse de sus excedentes, obteniendo jugosísimas ganancias y logrando el apoderamiento de mercados enteros ajenos a los suyos. Todo esto con la eficaz ayuda de los gobiernos lacayos, que ponen los intereses de unos pocos por encima del bienestar general de la nación. Para la Unión Europea y Estados Unidos, los TLC son prácticamente formas preestablecidas donde lo único que cambia es el nombre del país con el que se suscribirá y la firma del presidente de turno. Las imposiciones son las mismas y los beneficios que se buscan van en una sola dirección: la de ellos y sus empresas. Parece inverosímil que se clame que estos tratados serán la salvación de la nación y que con ellos vendrán fuertes vientos de progreso y desarrollo a nuestro país. El cinismo de los gobernantes criollos ha llegado a tales proporciones, que claman incluso que con la minería, como hace 500 años, obtendremos los dólares y los euros para adquirir los alimentos que dejaremos de producir. Nos especializaremos en una industria colonial, como lo es la minería, además en productos tropicales como la pitaya, la uchuva, el ñame, el cubio, entre otros, e importaremos nuestra dieta básica. Estos son los “justos” acuerdos a los que llega nuestro gobierno.

 

Lo primero que se advierte es que este tratado no es una carrera de igual a igual o una puja entre industrias afines o semejantes. En el plano de la leche competiremos con la unión de países que produce el 30% y exporta el 27% de productos lácteos del mundo. La Unión Europea es la segunda fuerza exportadora de leche en polvo detrás de Nueva Zelanda, es la primera fuerza productora y exportadora de quesos del mundo y la segunda en lactosueros. El mercado colombiano se inundará de productos lácteos europeos e inevitablemente se producirá un desvío hacia el consumo de estos debido a la similitud de precios con los nacionales. Esto facilitado por el desmonte del SAFP o Sistema Andino de Franja de Precios, herramienta de apoyo y defensa del sector, por medio del cual se obtenía un mecanismo activo de estabilización de precios para los productos extranjeros.

Así que la pelea en la que con mucha facilidad e indiferencia el gobierno nacional insertó a los productores de leche será entre unos raquíticos combatientes, sin preparación alguna, y unos guerreros con un acondicionamiento formidable. El futuro que les espera a más de 400 mil familias de nuestro país que derivan su sustento diario del ordeño no será diferente al que otrora atestiguaron los productores de cebada, trigo y algodón, que vieron desaparecer su único apoyo productivo y económico debido a políticas similares.

 

Las diferencias entre una y otra economía agrícola residen no solo en el factor de desarrollo tecnológico e industrial, sino sobre todo en el grado de protección que los gobiernos les brindan a sus productores. Mientras los productores agrícolas de Europa reciben anualmente alrededor de 100 mil millones de dólares en subsidios, poniendo sobre ellos una coraza firme que ni siquiera en épocas de crisis se desmonta, a los productores colombianos se les dan exiguos incentivos, condicionados en muchos casos a altísimos estándares de calidad, o como en el caso del TLC con Estados Unidos, a través de Agro Ingreso Seguro, un subsidio casi imposible de alcanzar para los pequeños y medianos productores y cuya finalidad fue la de pagar prebendas y favores electoreros, en vez de mitigar en algo las inmensas pérdidas a las que también ese tratado someterá el agro colombiano.

Sea esta la ocasión para pensar concienzudamente sobre qué accionar creemos que debe tomar el próximo presidente de los colombianos. Porque con excepción de Gustavo Petro, candidato del POLO, el ánimo reinante es el de la aprobación de este y otros tratados similares. Basta ver que lo que nos proponen los dos candidatos presidenciales con mayor intención de voto es darle continuidad a este tipo de políticas económicas y a estos leoninos acuerdos. Por un lado Juan Manuel Santos, el verde reeleccionista, impondrá a como dé lugar este tratado, al igual que todas las políticas uribistas, y buscará todas las maneras, licitas o ilícitas, legitimas o ilegitimas, para lograr su aprobación. Y por el otro, Antanas Mockus, el verde cívico, con su pedagogía neoliberal, nos hará ver que la ruina y la dependencia económica de otros países es solo un lado de la moneda y seguramente con su ininteligible dialéctica nos hará entender que hay que hacer sacrificios para generarle bienestar a unos cuantos. Pese a que este tratado será firmado el próximo 19 de Mayo en Madrid, faltará aún la aprobación en el Congreso de Colombia y en el Parlamento europeo. La suscripción ese día no tiene peso legal pero si amarra su cumplimiento y empeña la palabra del gobierno colombiano. Sin embargo, no se debe aceptar que esta afrenta a nuestra soberanía sea un hecho. Solo la unidad de industriales, productores, distribuidores, consumidores y población en general, podrá hacer mella y ejercer presión sobre aquellos en los que recae esta trascendental decisión. Recordando que este no es el único sector afectado por el TLC y teniendo en cuenta que la lucha será ardua, se debe entablar una valiente lucha y el pueblo colombiano debe levantarse en resistencia, rechazando que le impongan y le condicionen su futuro, condenándolo a la miseria, la carestía y el subdesarrollo.

 

A 200 años de la gesta emancipadora que nos liberó del yugo y la opresión del imperio español, el gobierno de Uribe, en su dócil generosidad y en su usual desprecio por nuestra soberanía, aparte de entregar nuestro territorio como campo de guerra a los Estados Unidos, cediendo el uso de 7 bases militares para el asentamiento de tropas del país del norte, intenta asestar un golpe devastador al agro colombiano, queriendo despojarnos de nuestra seguridad alimentaria y llevando a la ruina a miles de compatriotas. Las carabelas europeas vuelven cargadas de leche. Solo la unidad y la lucha evitarán que desembarquen nuevamente.

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